Y ella se acostó en su cama, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. No podía haber nada que la calmara. Aunque era así todas las noches, pero esta vez se sentía acabada, rota, inútil.
Y no te atrevas a decir que no has matado a nadie, porque esa noche la mataste a ella.

DERWIN PRIETO

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